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Sociedad. César Gil tiene 48 años, una pasión desmedida por la bicicleta y una
leucemia que le podría llevar en breve a su tercer trasplante de médula. Aún en
lucha, predica por los hospitales deMadrid las bondades del deporte saludable

El campeón de los trasplantes

Ahí donde lo ven sonriendo con su maillot, a César Gil le han hecho dos transplantes de médula espinal y está a la espera de que los médicos que lo tratan decidan si le practican un tercero. Con los últimos cuatro ciclos de quimioterapia que le han puesto ha tenido la sensación de que lo que le estaban metiendo en vena era «horchata». Y esa resistencia a la enfermedad la atribuye a su relación pasional con la bicicleta. Por eso este tornero por profesión y ciclista por vocación de 48 años está participando en una campaña por todos los hospitales de la Comunidad de Madrid para concienciar a los pacientes a los que les han tenido que sustituir algún órgano vital de que «el deporte es igual a salud». «Digo yo que en algo habrá influido estar en forma en la respuesta que ha tenido mi cuerpo a este último tratamiento, ¿no?», se pregunta, casi respondiéndose afirmativamente él solo. La historia de la enfermedad de César va íntimamente unida a la del equipo de hematólogos de La Princesa. Allí le dieron el fatídico diagnóstico de la leucemia tras un examen médico rutinario del trabajo en el que le habían detectado más leucocitos de lo normal. Y allí también,en 2000, le hicieron el primero de los transplantes de médula, con su hermana como donante, que sin ser gemela suya tiene con él una compatibilidad del 100%. «Yo es que soy un privilegiado», afirma en este punto del relato el paciente como sin dar importancia al hecho de que dicho transplante no salió bien y tuvieron que repetírselo. Hasta el año siguiente no pudo reincorporarse a su puesto de trabajo ni, lo más doloroso para él, volver a subirse en su bicicleta. A partir de ahí, según cuenta en una sala del hospital de La Princesa donde tiene lugar esta entrevista, empezó a participar en tantas competiciones deportivas para transplantados como se convocaban. De repente, saca de la bolsa que lleva consigo un puñado de medallas con cintas de todos los colores: un bronce de los Mundiales de Canadá en 2005, dos oros de los Europeos de Alemania en 2008…
La última vez que acudió a unos juegos fue en junio, en Suecia, en un evento en el que se dieron cita 2.000 deportistas de 55 países. Sólo un mes después, sin previo aviso, tuvo que enfrentarse de nuevo a la única prueba en la que lo importante no es participar: la leucemia, otra vez. «Pasé unas horas hasta que conseguí asimilar la situación. Pensé: ‘Bueno, has sobrevivido a la Primera Guerra Mundial y ahora te toca luchar en la Segunda’», confiesa César, que no obvia que el índice demortalidad de su enfermedad es «del 35%». «Lo que no sabía esta linfoblástica aguda es que iba a tropezar conmigo», añade volviendo a su registro optimista habitual. Estuvo ingresado 23 días, le han dado cuatro ciclos de quimioterapia y ahora hay que ver cómo evoluciona antes de plantear o no la posibilidad de un nuevo transplante, aunque de momento los médicos le han dicho que la respuesta ha sido muy positiva. Tanto, que hace unas semanas recibió la autorización para volver a encaramarse en su bicicleta. «Cuando di las primeras pedaladas casi me pongo llorar de la emoción, fue una sensación extraordinaria... ». Y es que, asegura, casi lo peor de volver al hospital, aunque allí casi se siente «como en casa», fue pensar que a lo mejor no podría hacermás deporte. Mientras espera con paciencia al diagnóstico final de su enfermedad, César enseña a su hija Celia, de cinco años, a montar en bicicleta sin los patines de atrás y sueña con que verla ejerciendo de médico en el futuro; «A ver si con un poco de suerte se nos hace hematóloga…». El doctor que lo atiende a él directamente ha preferido no salir en este artículo para cederle todo el protagonismo.Y el paciente lo utiliza para insistir en su mensaje a todos los transplantados: «Queremos animarles a que hagan deporte, desde natación o atletismo hasta jugar a los dados o al ping pong. Pero que hagan algo». Ésa, dice por experiencia propia, es la mejor medicina que se ha inventado.